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FIDMARSEILLE 2022

Crítica: La Vie des hommes infâmes

por 

- Gilles Deroo y Marianne Pistone esculpen una obra de ficción apasionante, rica y sutil bajo una austeridad aparente, en la frontera entre la norma social y la naturaleza humana

Crítica: La Vie des hommes infâmes
Julien Nortier en La Vie des hommes infâmes

"—¿Ha visto usted al individuo? Sea preciso acerca de la obra del pintor (...) —Parece salir de la tierra que se extiende a sus pies, una tierra que da la sensación de constituir una continuación de su cuerpo, pues ambos son del mismo color, del mismo tipo, telúricos y silenciosos. Sin embargo, cuando se movía, lo hacía de un modo flexible y servicial, como si el viento actuara sobre él". El nuevo trabajo de Gilles Deroo y Marianne Pistone, La Vie des hommes infâmes (el segundo largometraje del dúo francés tras Mouton [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
—galardonado en 2013 con el premio especial del jurado de la sección Cineasti del presente y el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Locarno—), que se estrenó ayer a nivel mundial en la 33.ª edición de la competición internacional del FIDMarseille, se ajusta perfectamente al tono de esta enigmática descripción proporcionada al juez por parte de un testigo (un cazador acompañado de su perro) que, no obstante, ayudará a pintar una imagen sorprendentemente realista del hombre en torno al que gira la película: Mathurin Milan (Julien Nortier), un hombre original y al margen de una sociedad que le condena a principios del siglo XVIII para que, más tarde, la justicia lo acabe internando en el hospital de Charenton el 31 de agosto de 1707.

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"Su locura ha consistido siempre en esconderse de su familia, en llevar una vida turbia en el campo, tener pleitos, prestar con usura y a fondo perdido, pasear su pobre espíritu por caminos desconocidos y creerse capaz de las más grandes obras". El prefacio de un libro del filósofo Michel Foucault, que nunca llegó a publicarse y gira en torno a personajes singulares denunciados por sus seres queridos, perseguidos por la policía, encarcelados y desterrados, sirve de hilo conductor a una historia elaborada prestando atención hasta al más mínimo detalle por parte de los dos cineastas, una trama con un estilo despojado y muy controlado —con una exploración impresionante del movimiento, tanto de la cámara como de los personajes en espacios reducidos— que, aunque roza lo pictórico, está profundamente encarnado en todo momento, de manera que el dúo consigue crear una atmósfera cada vez más cautivadora.

Se tiran dados en la taberna, se firman pagarés, una mujer amasa pan entre sus muslos, una madre y sus hijos huyen en la noche, se embargan bienes, los soldados registran el bosque, los campesinos deliran ante los supuestos maleficios atribuidos al acusado, los torpes jueces se apretujan en las togas y las pelucas, son constantes las apelaciones al rey (Luis XIV) y a Dios, etc. Lujuria, desenfreno, desorden, escándalo público, estafa... Acusado de todos los pecados posibles e imaginables por el público, Mathurin Milan se retira en soledad al silencio del bosque, de manera que se sumerge en la naturaleza salvaje ante la persecución de un conformismo social que ya no soporta y que lo considera como una figura simbólica de todos los espíritus libres: "es humano (...) Podría estar en cualquier parte".

La Vie des hommes infâmes es una fábula elíptica dotada tanto de poesía como de realismo, un discreto manifiesto en torno al concepto de degeneración —incluso los tulipanes más bellos son el resultado del ataque de un parásito a un bulbo— y, evidentemente, un retrato de denuncia de la dictadura de las normas sociales. Se trata de una película cuyo humor casi absurdo hace que destaque más allá de su sesgo artístico aparentemente riguroso y un tanto ascético. La envoltura exterior de la cinta cobra vida y el encanto acaba por desatarse.

La producción y las ventas internacionales de La Vie des hommes infâmes corren a cargo de Shellac.

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(Traducción del francés)

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