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PELÍCULAS / CRÍTICAS España

Crítica: Cantando en las azoteas

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- Ser travesti en la tercera edad no es un paraíso, aunque queda espacio para la luz y la esperanza en este film híbrido de Enric Ribes que, a la vez, homenajea a la Barcelona más libertaria

Crítica: Cantando en las azoteas

“El mariquita se peina en su peinador de seda. Los vecinos se sonríen en sus ventanas postreras. El mariquita organiza los bucles de su cabeza. Por los patios gritan loros, surtidores y planetas. El mariquita se adorna con un jazmín sin vergüenza. La tarde se pone extraña de peines y enredaderas. El escándalo temblaba rayado como una cebra. ¡Los mariquitas del Sur, cantan en las azoteas!”

De este poema del gran Federico García Lorca surge no sólo el título de la película Cantando en las azoteas [+lee también:
tráiler
entrevista: Enric Ribes
ficha de la película
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, sino el espíritu que perfuma el primer largometraje rodado en solitario por el catalán Enric Ribes, que estrena Bteam Pictures en cines españoles mañana 1 de julio, tras haber pasado por los festivales D’A y Sheffield DocFest, y entre cuyos flecos también se perciben ecos del cine de Pedro Almódovar, Rainer Werner Fassbinder y de Un hombre llamado Flor de Otoño, que Pedro Olea dirigió en 1978 con un magnífico José Sacristán de protagonista.

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Gilda Love (Eduardo según su DNI) es aquí el personaje central: un travesti que sigue viviendo en El Raval, el barrio más canalla y auténtico de una Barcelona que ha sucumbido a la gentrificación y el parque temático turístico. Entre sus calles viejas, sucias y estrechas tiene su sitio Gilda, de casi un siglo de ajetreada, tremenda y azarosa vida, quien sobrevive entre las estrecheces causadas por un consumismo galopante que valora más la juventud que la veteranía.

Porque ser transformista en las últimas décadas del siglo pasado, cuando era una actividad semi clandestina, no garantizaba una pensión de jubilación. Eduardo se ve en la tesitura de tener que comer de la caridad mientras intenta mantener su hogar, forrado de fotos de estrellas de Hollywood como Rita Hayworth, de cuyo más icónico personaje ha tomado prestado su nombre artístico. Porque Gilda quiere seguir trabajando, actuando y alegrando al público, lejos de esas residencias de mayores donde viven algunas amistades que, ante la amenaza de la homofobia de sus compañeros de asilo, han tenido que volver (fatalmente) a meterse en el armario. Pero un encuentro inesperado con una niña dará un girón de timón a su existencia.

Quijotesco y fantasioso, humanísima y luchadora, Eduardo/Gilda se erige en esta película (escrita por el director junto a la guionista Xènia Puiggrós) en un auténtico superviviente, una artista del cabaret que enarboló en tiempos difíciles y oscuros la bandera de la dignidad y la igualdad, la tolerancia, la libertad y el respeto, y que, a sus casi cien años de vida, continúa demostrando que le quedan ganas de subirse a unos taconazos, calzarse un pelucón y lanzar procacidades al respetable.

También demuestra que aquellos que fueron maltratados por sus familias son capaces de construir una nueva sin atenerse a restricciones sociales y derrochan cariño, protección y ternura. A esta persona, testigo y protagonista de un tiempo irrepetible, cuando muchos como ella lucharon bravamente desde su humilde lugar para que hoy el colectivo LGTBIQ+ no tenga que ocultarse ni avergonzarse, va dedicada esta película neorrealista y fabuladora a la vez, empática y agridulce, que Enric Ribes ha rodado con la entrega absoluta de su amigo/a Gilda Love.

Cantando en las azoteas es una producción de Inicia Films.

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