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TRIBECA 2022

Crítica: We Might as Well Be Dead

por 

- La ópera prima de Natalia Sinelnikova utiliza una espeluznante comunidad cooperativa para satirizar sobre las costumbres de Europa Occidental

Crítica: We Might as Well Be Dead

El escenario principal de We Might as Well Be Dead [+lee también:
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, de la cineasta ruso-alemana Natalia Sinelnikova, es una casa desolada, en palabras de Dickens. Sinelnikova ha encontrado, en lo más profundo de un bosque, un lugar que evoca tanto un centro lúdico inmaculado como un vasto hospital abandonado, un lugar nada acogedor para la media docena de familias que así lo describen. Incluso hay un ascensor chirriante que parece haber sido renovado por última vez en 1974. Aquí tendrá lugar una alegoría social que, en ocasiones, es profundamente sentida y específica, y, en otras, se inclina hacia lo obvio, prima hermana de la novela Rascacielos de J.G. Ballard, y también de la recientemente ganadora de la Palma de Oro Triangle of Sadness [+lee también:
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, donde una estructura física hermética se convierte en un mapa de la sociedad en general. Tras un estreno bien acogido en la sección Perspektive Deutsches Kino de la Berlinale, esta semana se presenta en la Competición International Narrative de Tribeca.

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Aunque se trata de un admirable debut de Sinelnikova, especialmente para un proyecto que proviene de su tesis en la Universidad de Cine Konrad Wolf de Babelsberg, el comentario social puede inclinarse hacia lo genérico, y los personajes que crea carecen de definición, con una escasa amplitud de preocupaciones y tareas. Pero sobresale con el diálogo preciso, coescrito con Viktor Gallandi, que somete de manera brillante a los recién llegados a la comunidad a un simulacro de proceso de diligencia debida: “¿Ha notado algún cambio físico o mental en las dos últimas semanas? ¿Ha sido excluido alguna vez de una comunidad por actividades antisociales, inmorales o imprudentes?”. Y hay una conmovedora resonancia personal, que solo sale a la luz cuando la película llega a su fin, derivada de los antecedentes familiares de Sinelnikova como refugiados de la Rusia Soviética.

Anna (la actriz rumana Ioana Iacob, una habitual del director Radu Jude) es la jefa de seguridad de la comunidad, siempre con el ceño fruncido y vestida con un uniforme azul oscuro que la hace parecer más bien una policía. Sus tareas incluyen el ya mencionado proceso de selección (al que sus nuevos cargos alegan: ¡Sonreímos, bromeamos, regamos las flores!”), la vigilancia de todas las actividades desde una cabina de videovigilancia multipantalla en la parte delantera del edificio, y la atención de alguna que otra queja poco convencional de los habitantes. Su hija Iris (Pola Geiger), aunque mucho más problemática, parece expresar con mayor sinceridad la angustia interior que siente Anna, se ha encerrado en su habitación y, en una de las tácticas más surrealistas de la película, solo se comunica con su madre a través de una gatera, extendiendo sus brazos a través del hueco de vez en cuando para abrazarla.

Los habitantes han recibido información falsa al respecto, creen que Anna es la responsable de haber retenido a su hija cuando, en realidad, esta se ha aislado debido a una extraña y supersticiosa creencia que tiene en el arcaico concepto mitológico del mal de ojo. Esto y otras microagresiones, tales como la pérdida de un perro y las acusaciones de voyerismo, hacen que el resto de la comunidad empiece a arremeter contra Anna, así como contra alguno de sus miembros más vulnerables, como el conserje y el “poeta” local.

Como vemos, Sinelnikova propone deliberadamente peculiaridades y rarezas, así como numerosas y ricas alusiones y referencias (por ejemplo, a las canciones yidis de su herencia, y a la mitología, que también se ve en el nombre de la comunidad, San Febo). Al igual que muchas óperas primas prematuras, se tiene la sensación de que los límites de la historia son lo suficientemente elásticos como para incluir y dar cuenta de cualquier cosa, para éxito de la obra y también para su detrimento.

We Might as Well Be Dead es una coproducción entre Alemania y Rumanía, producida por Heartwake Films, Rundfunk Berlin-Brandenburg y Filmuniversität Konrad Wolf. Sus ventas mundiales corren a cargo de Fortissimo Films.

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(Traducción del inglés por Jordi Lloret)

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