email print share on Facebook share on Twitter share on LinkedIn share on reddit pin on Pinterest

BERLINALE 2022 Encounters

Crítica: The Death of My Mother

por 

- BERLINALE 2022: Jessica Krummacher trata una tragedia personal al observar los últimos días de una relación entre una madre y una hija

Crítica: The Death of My Mother
Elsie de Brauw y Birte Schnöink en The Death of My Mother

“Se ha completado la metamorfosis de mi madre en un muerto viviente”. Juliane (Birte Schnöink) está condenada a ver morir a su madre. Kerstin (Elsie de Brauw), de tan solo 64 años y demasiado joven para marcharse de este mundo, lucha contra una enfermedad desconocida. Se trata de una enfermedad que no solo le ha quitado la libertad, sino que también la ha confinado en la jaula en la que se ha convertido su cuerpo, que no responde. Kerstin quiere poner fin a esta situación, pero la eutanasia sigue estando prohibida en Alemania.

(El artículo continúa más abajo - Inf. publicitaria)

En su segundo largometraje, titulado The Death of My Mother [+lee también:
tráiler
entrevista: Jessica Krummacher
ficha de la película
]
y proyectado en la sección Encounters de la Berlinale de este año, la directora alemana Jessica Krummacher procesa la experiencia personal de la despedida de un ser querido de una manera que pasa por alto los deseos de la sociedad. Desear la muerte ante una vida invivible no es condenable. Juliane se pregunta por qué ante la desaparición final de uno mismo, el dolor queda en segundo plano. Como ningún hospicio acepta a Kerstin, tendrá que forzar su muerte en su residencia católica.

El personal del lugar se solidariza con ella. “No soy yo, el médico, sino la paciente y quienes la rodean los que trazarán su último viaje”, les indica el médico de Kerstin (Christian Löber) mientras le cambia los parches de morfina. Kerstin necesitará esos analgésicos. Con la escasa claridad mental que le queda, ha tomado la decisión de morir de hambre. Pocos son los que se oponen a esta decisión, bien por su propia comodidad personal o por sus inevitables creencias religiosas. “No se puede tomar una decisión al respecto así porque sí. Uno no se muere así, sin más. Es Dios quien lo decide”, le susurra en una ocasión una enfermera al oído.

Krummacher opta por contar esta emotiva historia de los últimas días de un vínculo maternofilial haciendo hincapié en su malestar y su alienación. Juliane aparece a menudo enmarcada en la esquina de la imagen, perdida en el momento, en la situación. Abunda la utilización de planos amplios y estáticos, que parecen distantes y vacíos, como si el vacío se colara por todos los rincones. Los contados momentos que desafían abiertamente las dificultades legales del destino de Kerstin se muestran como planos simétricos contrapuestos. Sin embargo el fondo clínico y estéril contribuye a que los personajes se fundan con el entorno y con que su mensaje se pierda antes de llegar al receptor final.

Krummacher tampoco se cierra a aplicar la iconografía religiosa. Con la madre desnuda en su cama, su hija medio arrodillada a un lado y el halo de la lámpara sobre ellas, no es difícil imaginar de dónde proviene la inspiración. No obstante, aunque Krummacher subraya que se trata de una situación inhumana, la suya es ante todo la historia de una hija que se prepara para dejar marchar a su madre, el conflicto interno de aferrarse al primer cuidador con el objetivo de darle a cambio los cuidados que requiere para pasar página.

Gran parte del sobrecogedor estilo de la película se debe a la impresionante interpretación de Elsie de Brauw. Mientras que Kerstin está casi siempre confinada en su cama, Elsie de Braw ofrece una interpretación de losmás potente y desgarradora. Una mujer encerrada en un cuerpo endeble, sus balbuceos aleatorios, sus lacrimógenos recuerdos y el miedo de lo que pueda haber más allá de la muerte conforman un conmovedor viaje para quien lo presencia. No resulta fácil digerir las consecuencias del hambre, su pálido cuerpo repleto de moratones y las marcadas ojeras. Todo esto contrasta con las interpretaciones deliberadamente distantes y ajenas de los actores secundarios. El trauma emocional de ver morir a alguien es brutal, y ellos suben la guardia.

Aunque Krummacher sabe abrirse camino por un tema tan complejo, su mirada se pierde demasiado en la periferia. The Death of my Mother tiene un metraje excesivo, 135 minutos. Juliane se ve atrapada en ciclos repetitivos de luto en el bosque, llevando la comida o recorriendo la residencia de mayores. Un ejemplo de esto es una larga cena con amigos en uno de los restaurantes favoritos del excanciller Helmut Kohl.

A medida que Juliane va leyendo a Kerstin las cartas intercambiadas entre el dramaturgo alemán Bertold Brecht y su esposa, Helen Weigel, va emergiendo un patrón. Weigel, que era el eje del cosmos de Brecht y que tuvo que zafarse de su dependencia de él, sirve como un simbolismo obvio al que recurrir fácilmente. Ocurre lo mismo con las reflexiones de Brecht y de Simone de Beauvoir sobre el comunismo en el mundo occidental: “Solamente puede sobrevivir si vuelve a autoevaluarse”. Será el espectador quien tenga que decidir si esta declaración hace referencia a la postura de Alemania sobre la eutanasia o a la necesidad de Juliane de forjar una identidad al margen de las madres.

The Death of My Mother cuenta con la producción de Walker+Worm Film.

(El artículo continúa más abajo - Inf. publicitaria)

(Traducción del inglés por Marcos Randulfe)

¿Te ha gustado este artículo? Suscríbete a nuestra newsletter y recibe más artículos como este directamente en tu email.

Privacy Policy