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LES ARCS 2021

Crítica: Dark Rider

por 

- La documentalista belga Eva Küpper se sumerge en el extraordinario desafío de un hombre que intenta batir el récord de velocidad mundial de un piloto de motos ciego

Crítica: Dark Rider

“Abrí las persianas, miré al exterior y pude sentir el sol y el calor sobre mi cara. Me di cuenta de que no veía nada, me había quedado completamente ciego”. A los 37 años, el australiano Ben Felten padece una enfermedad ocular degenerativa, ha perdido la vista, pero 14 años después se presenta en la Speed Week, en el halo de blancura resplandeciente de los 160 kilómetros de longitud del lago Gairdner, y en la línea de salida de una pista marcada en una extensión salada (con una corteza de más de un metro de espesor) para intentar batir el récord del mundo de velocidad en motocicleta de un piloto ciego (265,33 km/h a superar). Éste es el sorprendente protagonista de Dark Rider, de la documentalista belga Eva Küpper, proyectada en la sección Hauteurs del 13º Festival de Les Arcs, donde fue seleccionado por Work in Progress en 2019 (el segundo largometraje de la directora premiada en el IDFA por What's in a Name).

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Pero, ¿cómo puede un ciego conducir a toda velocidad? No lo hace solo, por supuesto. Ben cuenta con un guía de primer nivel, su compatriota Kevin Magee (Magoo para los amigos y apodado “el Huracán de Horsham”), una antigua celebridad del circuito profesional de los Grand Prix que lo sigue en moto como si fuese su sombra dándole indicaciones someras por radio (“izquierda”, “derecha”), pero cruciales para mantenerse en el eje de la pista de 12 millas. Una relación de confianza absoluta (“Magee tiene una gran responsabilidad de marinero porque la vida de una persona depende de él”) no exenta de tanteos, ajustes, incertidumbres y puesta a punto de los detalles inherentes a un deporte mecánico del que se ocupa el pequeño escuadrón reunido en torno a Ben y su reto fuera de lo común. Todo ello bajo la mirada de fanáticos de la velocidad de todo el mundo que se reúnen cada año durante la Speedweek (“ve rápido o vete a casa”), organizada por la DLRA (Dry Lakes Racers Australia), y dirigida por el “Animal”, el excéntrico (pero riguroso) comisario de carrera (“después de tantos años, he visto de todo; desde 50 cc al tractor más rápido”). 

Más allá del suspenso deportivo que acompaña a la (las) tentativa(s) de Ben con una gran dosis de empatía transmitida a los espectadores, deseosos de ver cumplirse la proeza y de la dificultad para triunfar de lo que parece a priori imposible o, al menos, extremadamente peligroso, Dark Rider pinta un cuadro humanista con varias entradas muy bien intercaladas (a merced de secuencias diversificadas) en la trayectoria principal del relato. Amistad viril entre Ben y Magee, regreso de Ben con su madre anciana o en una conferencia para niños sobre las etapas de su retinitis pigmentosa (que empezó cuando tenía 15 años) y sus reacciones (“estuve en negación hasta los 22 años aproximadamente”, “caí en la profunda espiral de la depresión”), viaje por carretera y “peregrinación” a Horsham siguiendo las huellas y los recuerdos relacionados con la difunta madre de Magee, flashback de la dramática caída que marcó la carrera del campeón, encuentro de los dos protagonistas con el joven Jed (13 años), un adolescente cuya vista amenaza con desaparecer. Varios elementos que alimentan un documental encantador y edificante (pero que no dice todo) sobre un hombre que pulveriza las barreras de la discapacidad, pidiendo prestados los ojos de los demás si es necesario y demostrando que, si quiere, puede.

Dark Rider ha sido producida por la compañía belga Serendipity Films (que también gestiona las ventas internacionales) y coproducida por sus compatriotas de Clin d'Oeil Films y de la RTBF, así como la holandesa Volya Films.

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(Traducción del francés)

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