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IFFR 2020 Deep Focus

Crítica: Empty Horses

por 

- Péter Lichter orquesta un fascinante encuentro experimental y metafísico, repleto de películas clásicas, entre la leyenda hollywoodiense Michael Curtiz y el cineasta de vanguardia Gábor Bódy

Crítica: Empty Horses

“Yo no tengo imágenes de este mundo, sólo las imágenes que veo en las películas y que se disolverán en el tiempo si nadie las ve”. En un momento en que la definición de obra cinematográfica agita una industria conmocionada por el auge de las plataformas y el modelo de los grandes estudios hollywoodienses está en plena transformación, el húngaro Péter Lichter vuelve al origen con Empty Horses [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, una película experimental basada en material de archivo que se ha proyectado en la sección Deep Focus Regained del 48º Festival de Róterdam.

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El tercer largometraje del director (cuya película anterior, The Rub, fue presentada en la Semana de la Crítica de la Berlinale 2018) se sumerge en la “cripta polvorienta” de la historia del cine del siglo XX, a través de más de 200 fragmentos de grandes clásicos, como Hitchcock, Carpenter, Ford, Scorsese, Keaton, los hermanos Coen, Lang, Kubrick, Antonioni y Ozu; pasando por Welles, Spielberg, Coppola, Eisenstein, Truffaut, Tarkovski, y tantos otros. De Rashomon a La matanza de Texas, de El tesoro de Sierra Madre a Mad Max, de Ser o no ser a Regreso al futuro, de La melodía de la felicidad a Pesadilla en Elm Street: el director presenta una serie de secuencias (proyectadas en el centro de la pantalla sobre un fondo negro o en pantalla partida) en un conjunto vertiginoso que hará las delicias de los cinéfilos.

Pero Empty Horses no es sólo una sucesión de joyas cinematográficas, ya que incluye la voz en off de dos personajes que monologan o dialogan, dos cineastas con experiencias radicalmente opuestas se encuentran en el limbo, después de la muerte. El primero, el estadounidense Michael Curtiz (emigrado húngaro cuyo verdadero nombre es Mihály Kertész), desgrana los recuerdos de su trayectoria en la fábrica de la Edad de Oro de Hollywood (“sólo se acuerdan de una sola de mis películas o de tres, si queremos ser optimistas. Pero yo he grabado unas 150”, refiriéndose a la mítica Casablanca), su estatus de esclavo del magnate Jack Warner, sus amores, su visión de su arte (“cuando empecé a trabajar para los estudios, todo esto parecía un capricho que no iba a durar, a penas más sofisticado que el circo y que no tenía nada que hacer frente al teatro”). El segundo, Gábor Bódy (1946-1985), pionero del cine experimental (“sólo los más atrevidos ven mis películas y, a veces, los historiadores del cine; pero nadie lo hace para divertirse”) le aporta contradicción. Los dos hombres se encuentran, debaten, se escuchan, comparan, se pelean y se reconcilian en torno a temas metafísicos como el tiempo, la muerte, la memoria y las imágenes.

Empty Horses es una reserva inagotable de estímulos cinematográficos y un collage sofisticado, muy personal e inspirado (los fragmentos de películas que ilustran las reflexiones lo hacen como una ciencia consumada de asociación de ideas), pero que debemos degustar varias veces para poder apreciar los vínculos entre los dos niveles de expresión (el reflexivo y el visual). Un viaje cautivador para iniciados (“la consciencia es un proyeccionista aburrido”) en una dimensión espiritual donde los fantasmas de la película se materializan en un montaje meticuloso realizado por el propio director.

Empty Horses ha sido producida por Mindwax, que también gestiona las ventas internacionales.

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(Traducción del francés)

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