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BERLINALE 2019 Competición

Crítica: Dios es mujer y se llama Petrunya

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- BERLÍN 2019: La macedonia Teona Mitevska vuelve a la Berlinale con una película que se opone a la tradición y el patriarcado de una forma convincente y punky

Crítica: Dios es mujer y se llama Petrunya
Zorica Nusheva y Suad Begovski en Dios es mujer y se llama Petrunya

La cineasta macedonia Teona Mitevska vuelve a la Berlinale tras proyectar en 2017 su anterior película, When the Day Had No Name [+lee también:
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En la mayor parte del mundo cristiano ortodoxo, la fiesta de la Epifanía se celebra el 19 de enero con una carrera para conseguir una cruz sagrada que un sacerdote lanza en un lago o río. Un grupo de hombres jóvenes saltan al agua helada para atrapar la cruz, que supuestamente dará un año de suerte al ganador. 

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Cuando Petrunya (la primeriza Zorica Nusheva, toda una revelación) se encuentra en el lugar donde se celebra la carrera, en Štip, su ciudad natal, salta al río en un arrebato y consigue hacerse con la cruz. El suceso escandaliza a la comunidad local, y la iglesia la acusa de robar la cruz. Evidentemente, no estamos ante una cuestión legal, sino una relacionada con la influencia de la iglesia sobre la policía (y por extensión, el estado), que no sabe muy bien qué hacer. Presionado por un sacerdote (Suad Begovski), el inspector Milan (Simeon Moni Damevski) lleva a Petrunya a la comisaría, sin arrestarla, pero sin dejarla ir tampoco. 

El impulso de Petrunya de saltar a por la cruz no ha sido completamente accidental. Esta graduada en historia, de 32 años, con sobrepeso y sin empleo sufre constantemente la humillación de una madre autoritaria (Violeta Shapkovska). En un intento de conseguir trabajo para su hija, la madre recurre a sus contactos y manda a Petrunya a una fábrica textil, donde su hija trabajará como secretaria para el jefe máximo (un sórdido Mario Knezović). Cuando él le dice que "ni siquiera se la follaría", Petrunya deambula, humillada, por la ciudad, y es entonces cuando se topa con la carrera. El acto final sucede en el interior y los alrededores de la comisaría, donde una multitud de hombres jóvenes se reúne para pedir que Petrunya devuelva la cruz. 

Lo más importante de esta cinta es el desarrollo de Petrunya como personaje. La primera vez que la vemos, no parece en absoluto interesada por los derechos de las mujeres, pues tiene (según cree) problemas más graves. Pero cuando toda la comunidad se vuelve en su contra, ella se niega a ceder. "¿Por qué no tengo derecho a un año de buena suerte?", pregunta al confundido inspector. Petrunya se ha convertido en una mujer que lucha por y para sí misma; ¿qué hay más feminista?

Filmada por la prolífica directora de fotografía Virginie Saint-Martin y montada por Marie-Hélène Dozo, la película tiene cierto carácter punky: la imagen salta de exteriores luminosos a las escenas nocturnas en la ruinosa comisaría. Estos cambios no son suaves, como tampoco lo son otras transiciones: Dozo se asegura de que la trama no suma al espectador en una falsa tranquilidad, empleando con frecuencia cortes que son como una piedra en el zapato. La lucha de Petrunya simboliza el mayor problema social de nuestra época, que todavía ha de ganar impulso en los Balcanes, y el film de Mitveska es al mismo tiempo una importante contribución a la causa y una poderosa obra cinematográfica por derecho propio.

Dios es mujer y se llama Petrunya es una coproducción de la compañía macedonia Sisters and Brother Mitevski, la belga Entre Chien et Loup, la eslovena Vertigo, la croata Spiritus Movens y las francesas Deuxième Ligne Films y EZ Films. Pyramide International se encarga de las ventas internacionales.

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(Traducción del inglés)

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