Crítica: Zaniki
por Alfonso Rivera
- Gabriel Velázquez firma una película sobre la transmisión oral retratando la estrecha, respetuosa, cómplice y afectuosa relación entre un abuelo y su nieto, habitantes del campo salmantino
A Gabriel Velázquez (Salamanca, 1968) se le conoce en festivales y circuitos alternativos por sus largometrajes previos: Sud express [+lee también:
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ficha de la película] (codirigido con Blanca Torres). Ahora presenta en la Sección oficial a Concurso en el 56º Festival Internacional de Cine de Gijón –certamen donde ya obtuvo una mención especial en 2011 por Iceberg [+lee también:
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ficha de la película]– su nuevo trabajo, Zaniki [+lee también:
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ficha de la película], protagonizado por la familia Mayalde (ganadora del Premio Nacional de Folclore “Martínez Torner”), especialmente por su patriarca, Eusebio, y su nieto, de pocos años, Beltrán, apodado como el título del film.
Velázquez ha tenido la suerte de toparse con esta muy especial familia de artistas y la astucia de convertirlos en intérpretes de su película. Entre ellos destaca el abuelo, Eusebio, un hombre -con un tercio de líder, otra de showman y la tercera de chamán- que no tiene miedo a la cámara y que despliega sin pudor ante ella todo su encanto, sabiduría, gracia y talento: es capaz de extraer música de objetos tan cotidianos como una sartén, unas cucharas o sus manos desnudas. Eusebio anhela transmitir a su nieto Beltrán todo ese saber -así como las satisfacciones y valores del contacto con la naturaleza- así que, cuando se ve acuciado por el tiempo, organiza una excursión (una especie de viaje iniciático con aroma de juego y aventura) para llevarse al pequeño con él durante unos días de invierno, conviviendo en soledad y en compañía del fuego en los páramos, ríos y cuevas del campo salmantino.
En ese paseo por el paisaje poco explotado cinematográficamente de Castilla y León -que también aparecía en El pastor [+lee también:
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entrevista: Jonathan Cenzual
ficha de la película], de Jonantan Cenzual- se encuentran lo momentos más estéticos de esta película (no falta el uso de drones para obtener planos aéreos), así como en las reuniones familiares y actividades escolares se percibe ese anhelo de transmisión oral de la memoria y la riqueza de la identidad -para perpetuar lo sabido- que rezuma el film. Con algo de cuento, de western y de espectáculo, Zaniki logra atrapar al espectador con su candidez, su atipicidad y su plasmación del profundo afecto que el hombre maduro y su nieto demuestran en pantalla.
Con guion del director, escrito con Manuel García y Blanca Torres, supervisado por y adaptado al estilo vital de su magnético protagonista, Zaniki (rodada durante dos semanas, en noviembre de 2017) se erige en legado de un lugar, un tiempo, unas gentes y una manera de entender la vida, donde la naturaleza, la tierra, la sencillez y la tradición conviven con una armonía admirable, algo que parece condenado a perderse, pues no se enseña en los colegios ni apenas se muestra en los medios de comunicación.
Zaniki -con fotografía de Manuel García, quien codirige la nueva película de Velázquez, Subterranean, con la música de nuevo como tema central, aunque esta vez a través de la crónica de un grupo de músicos madrileños sobreviviendo en la ciudad de Los Angeles- es una película de Escorado Producción SL que ha contado con el apoyo de ICAA, Junta de Castilla y León, Diputación y Ayuntamiento de Salamanca. Pirámide Films se encarga de su distribución.
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