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GIJÓN 2016

El pastor: el santo inocente

por 

- La tercera cinta de Jonathan Cenzual Burley es un western rural, rodado con pocos medios pero arriesgada inventiva, que remite al espíritu áspero, melancólico y castellano del escritor Miguel Delibes

El pastor: el santo inocente

Un hombre en la cincuentena se levanta en un humilde hogar, se asea, prepara café y da de comer a su perro. Luego, aún de noche, ambos salen al campo y acompañan a su rebaño de viejas ovejas para que paste por un paisaje plano y sin árboles, de horizontes interminables, mientras el sol empieza a salir y una luz rosácea, de belleza pura, lo va invadiendo todo. Así comienza El pastor [+lee también:
tráiler
entrevista: Jonathan Cenzual
ficha de la película
]
, tercer largometraje de Jonathan Cenzual Burley (Salamanca, 1980), que se ha proyectado en la sección Rellumes del 54º Festival Internacional de Cine de Gijón.

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Cenzual no es un cineasta comercial ni conocido en su tierra. Siempre fascinado por la gente que vive fuera del sistema, rodó previamente El alma de las moscas y El año y la viña, exhibidas en festivales como Karlovy Vary. De nuevo, emplea la aldea salmantina donde vive y su aledaña como escenarios donde se mueven sus personajes, sobre todo Anselmo (Miguel Martín), su protagonista, el pastor del título de una película que retrata fielmente el espíritu, los contrastes y el ambiente de los pueblos españoles más profundos.

Anselmo es un hombre libre: sólo posee una casa solitaria en medio del campo, con las comodidades básicas, un can fiel y un rebaño que cada día pastorea. Ni tiene televisión, ni teléfono, ni calefacción: se calienta con un fuego que mantiene vivo con su esfuerzo. Incluso los libros que lee son prestados, sacados de la biblioteca del pueblo. Pero Anselmo tiene algo que se está perdiendo: tiempo y libertad, algo que la mirada de Cenzual capta con un amor y respeto enormes.

Pero toda esa riqueza intangible de Anselmo -apuntalada con férreos principios morales donde no cabe ni el materialismo/consumismo ni la pérdida de tiempo en temas que no le gustan ni interesan- se ve amenaza cuando unos constructores le visitan con el propósito de comprarle su vivienda y terreno para levantar ahí una urbanización. Pero más peligrosos serán incluso los vecinos del pastor, ansiosos de avaricia, que le manipularán para que venda algo más que unas hectáreas: su modo de vida.

El pastor se convierte, según avanza su metraje, en un modesto western moderno que no elude la crítica social. También tiene mucho de retrato de la España rural, dura e inclemente, pero fascinante, que tanto adoró Miguel Delibes y que retrató, con pasión y temor a la vez, en novelas como Los santos inocentes: como en ella, se analizan aquí los estratos sociales que aún se reproducen, el abuso de poder de algunos y el límite de tolerancia que tienen los oprimidos.

El film -que combina recursos narrativos y visuales de gran talento junto a otros que delatan sus escasos medios (el cineasta vuelve a rodar libremente, sin apenas presupuesto: se ha levantado el proyecto con micro mecenazgo)- tiene también algo de cine negro mientras se erige en una férrea denuncia contra esa epidemia imparable llamada codicia.

Apenas filmada con un equipo de cuatro personas (cámara, sonidista, asistente y director), El pastor contiene más verdad que monstruosas películas de millones de euros de presupuesto que arrasan en taquilla. De sus ventas internacionales se encarga Wide Management.

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