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SAN SEBASTIÁN 2013

La herida: montaña rusa emocional

por 

- Fernando Franco apuesta por el realismo al introducirnos, sin filtros, dentro del conflictivo e hipersensible mundo de una mujer en el filo, aquejada de trastorno límite de personalidad

La herida: montaña rusa emocional

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, debut como director de largometrajes de Fernando Franco, que se la ha jugado fuerte apostando su primera carta por una película sin asideros, rigurosa, incómoda, madura, desasosegante y de un verismo tan crudo que deja, tras su visionado, un poso denso que perdura en el subconsciente del espectador durante días.

Sorpresa también fue que la cinta fuese seleccionada para competir en la misma liga que Tavernier, Egoyan o Martín Cuenca en el último festival de San Sebastián(venciendo finalmente a todos ellos al recoger el Premio Especial del Jurado), cuando lo habitual con las óperas primas es que éstas sean programadas en la sección Nuevos Directores. Más previsible resultó la merecida Concha de Plata a la mejor actriz para su entregadisima protagonista, Marian Álvarez, premiada en 2007 en Locarno por Lo mejor de mí, que vuelve a demostrar que es una intérprete dispuesta a echarle más que  agallas a sus encarnaciones: el arco de sus registros es tan variado y creíble que no sería de extrañar que se alzase hasta con el próximo Goya.

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Porque Álvarez encarna con sobrada convicción a Ana, una joven que trabaja como conductora de ambulancias, chatea con desconocidos, vive con su distante madre divorciada (Rosana Pastor) y mantiene una complicada relación con un camarero (Andrés Gertrúdix). La cámara la acompaña en todo momento: en el hospital, en la soledad de su cuarto, en sus broncas telefónicas y por chat, en sus arranques de rabia y en su viaje para asistir a la boda de su padre. El espectador es testigo directo y cercano de sus desvelos, de su ira, de sus alegrías y de la culpa que siente cuando se autolesiona. Porque, aunque nunca se nombra porque nadie es consciente de ello, Ana está afectada del síndrome de trastorno de personalidad, una enfermedad que afecta al 2% de la población y la hace bascular entre la felicidad y el horror, entre la alegría y el pánico, sin términos medios.

Comparada con el cine de los Dardenne, La herida no es una cinta fácil de mirar. Su estilo, de un naturalista recalcitrante, no incide, no subraya, no ilumina ni apoya con música: Franco nos empuja a acompañar a Ana por las grietas de su abismo, con sus subidas y bajadas, para entender cómo lo pasa, pero nunca explicando por qué está así, qué le ha provocado esto o hacia dónde van encaminados sus inciertos pasos. Filmada en tiempo real, con numerosos planos secuencia y una estructura bipartita, retrata las dos fases del personaje: una de subida, otra de bajada, con un final abierto.

A pesar de la sequedad del argumento, el cineasta no cae en el dramatismo ni el exceso, sino que se agarra con ahínco al punto de vista elegido, construyendo la narración y la puesta en escena en base al personaje central: sigue a Ana y plasma su realidad de una manera austera, como en un documental. Todo ello le da a La herida tal grado de verdad que, tratándose de una película que aborda los misterios de nuestra compleja psicología, puede incomodar, pues no siempre salimos favorecidos cuando nos asomamos al pozo interior.

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