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PELÍCULAS / CRÍTICAS

La Parte de los Ángeles

por 

- Ken Loach se da un baño de juventud con una comedia social muy divertida y menos inocente de lo que parece

Un rayo de optimismo y buen humor ha caído en la competición del 65° festival de Cannes con La Parte de los Ángeles [+lee también:
tráiler
entrevista: Ken Loach
ficha de la película
]
, dirigida por Ken Loach (ganador de la Palma de oro en 2006): una comedia social optimista y divertida sobre la iniciación en el mundillo del whisky. Sin renunciar al realismo de las clases populares característico de su filmografía, el director inglés, de 75 años de edad, se da un baño de frescura y rejuvenecimiento en este relato protagonizado por cuatro jóvenes marginales que disponen de una ocasión para cambiar el rumbo de sus vidas. No obstante, esta fábula sobre un regalo que cae del cielo y sobre la necesidad de dar una oportunidad a los jóvenes delincuentes sin futuro social, cultural y económico, es menos inocente de lo que parece. Tras las numerosas bromas y gags que lo inundan, el guion de Paul Laverty esconde un mensaje sobre el estado de una sociedad en la que un tonel de whisky puede valer un millón de libras esterlinas mientras que unos cuantos pobres diablos viven entre la calle y la cárcel por delitos de poca monta (“¡vayan más bien a por los violadores, los asesinos y los pervertidos!”).

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En el tribunal es donde el espectador conoce a Robbie (Paul Brannigan), protagonista principal de la película, delincuente con antecedentes denunciado y juzgado por agresión violenta que logra evitar la pena de prisión porque está a punto de convertirse en padre por primera vez. Condenado, pues, a trabajos comunitarios, conoce a Harry (John Henshaw), un educador que lo acogerá bajo su protección; todo lo contrario que su padrastro, propietario de clubes nocturnos, que siente un odio hereditario por él (“ya es tarde para ti, por mucho que quieras cambiar”, “eres un fracaso”, “¿qué puedes darle tú a mi hija?”), manda a sus hombres para darle una paliza de vez en cuando y le ofrece dinero para que se abandone a su mujer y a su hijo y se marche a Londres. Marcado por una cicatriz en su frente, Robbie no consigue ni una sola entrevista de trabajo y se ve obligado a controlar su temperamento explosivo en el despiadado entorno de la periferia de Glasgow, donde las cosas se arreglan con puñales, cadenas, ladrillos y bates. Cuando nace su hijo Luke, Robbie promete no volver a hacer daño a nadie: una promesa acentuada por las lágrimas que brotan a raíz de un encuentro kármico con una de las víctimas de su actitud, a la que hizo perder un ojo.

Desde este punto de partida clásico, Ken Loach se sumerge en el universo de las especializades del whisky al que Harry quiere meter a Robbie y a otros cuatro concenados a penas de trabajos sociales: Rhino (William Ruane), Albert (Gary Maitland) y Mo (Jasmin Riggins). El aprendizaje se compone de: visita guiada a una destilería (el 2% de evaporación es “la parte de los ángeles” a la que hace referencia el título original en inglés), un seminario de degustación de un fin de semana en Edimburgo, autoformación a través de la lectura y clases para afinar el gusto. Robbie demuestra rápidamente poseer un gran olfato. A raíz de la noticia de la próxima salida a subasta, en el norte del país, de un tonel de Malt Mill, el Santo Grial de los expertos mundiales del whisky, Robbie tiene una idea ilegal que tratará de poner en práctica junto con sus tres compinches…

Ken Loach no duda en jugar con los sencillos resortes de la comedia (diálogos ágiles, humor grosero…) para ofrecer una película que divierte mucho (y sin florituras) y cuya parte más sombría (la violencia, el clima social…) se borra progresivamente a favor de esa “parte de los ángeles” que la acerca al cuento de Navidad. Una fábula llena de esperanza, a imagen y semejanza de la bebida que sirve de hilo conductor de la trama: la mejora de un destino a través de la fermentación (saldar las cuentas del pasado y aceptar un presente sin futuro), la inyección de ingredientes (alguien abre una puerta y uno la cruza) y la destilación (hollar el propio camino); todo ello antes de una etapa de maduración en el tonel para obtener un producto mejorado por la edad, igual que el trabajo de Ken Loach en el terreno de la bondad y el optimismo.

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(Traducción del francés)

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