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VENECIA 2011 Orizzonti

The Invader: desamparo y soledad en el centro de Europa

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El público que abarrotaba la Sala Perla del Lido de Venecia ha acogido con moderado entusiasmo el primer largometraje del prolífico director de cortos belga Nicolas Provost: The Invader [+lee también:
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, presentada en la sección Orizzonti. A la proyección ha acudido una nutrida delegación, encabezada por el director y por sus dos actores principales: el burkinés Issaka Sawadogo (Si el viento sopla la arena) y la turinesa Stefania Rocca (El talento de Mr Ripley), quienes encarnan impecablemente a Amadou y a Agnès, dos personas provenientes de mundos opuestos ―él, un inmigrante ilegal, robusto y temerario; ella, una mujer de clase alta, casada, que trabaja en los ámbitos inmobiliario y artístico―. Los dos protagonistas, contra todo pronóstico, llegarán a conocerse y vivirán un romance intenso pero breve, cuya interrupción marcará un giro en la vida del africano hacia la desesperación y la violencia.

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The Invader nace como extensión del aclamado cortometraje Exoticore, e incluye, además, elementos que ya pudimos apreciar en otros cortos anteriores de Provost: una de las secuencias iniciales, por ejemplo, emplea un desdoblamiento de la imagen a modo de espejo que ya vimos en Papillon d’amour. También la banda sonora, oscura, épica y cargante ―compuesta por Evgueni y Sacha Galperine― recuerda a las composiciones de Hans Zimmer, que el propio director ya usó en The Divers. La partitura acompaña en todo momento a Amadou en su vagabundeo por las calles de una Bruselas que, por otra parte, queda reflejada de manera que el espectador identifica con facilidad lugares comunes que le obligan a involucrarse en el espacio, a situar la ficción en su propio entorno vital.

Amadou, huido de su país de origen y de los que lo trajeron, acogen y alimentan, se agarra como a un clavo ardiendo al interés que muestra Agnès por un hombre fuerte y descarado, antítesis de su círculo personal. Sin embargo, pronto la verdad se interpondrá inexorablemente entre “Obama” (así se hace llamar Amadou) y Agnès y los convertirá en arquetipos de su condición social: él, un criminal; ella, una persona respetable que da dinero al necesitado más para mantenerlo en la distancia que para ayudarlo. Amadou necesita dinero, en efecto, pero no es lo que desea. Para la fabulación queda el recuerdo de la conexión ―no solo física― entre dos universo paralelos: la esperanza de que, a través de la comprensión y la entrega, un ser humano puede ser salvado por otro.

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