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CANNES 2010 Concurso / Francia

Conflictos amorosos en La princesa de Montpensier

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Una mujer infantil de mirada magnética y cuatro hombres que la desean en la Francia del siglo XVI, en mitad de las guerras de religión, abren al espectador las puertas de una nobleza en cuyo seno la violencia de los sentimientos hierve bajo los convencionalismos: este es el tema en el que se sumerge, como pez en el agua, Bertrand Tavernier con La princesa de Montpensier [+lee también:
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, presentada hoy en concurso en el Festival de Cannes.

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En un ejercicio que mezcla clasicismo y modernidad, película de capa y espada y novela iniciática juvenil, retrato de una época dominada por los hombres y destino de una joven atrapada entre la pasión y la razón, el 24° largometraje del director francés ofrece un trampolín excepcional a una fascinante Mélanie Thierry, ya recompensada con el César a la actriz revelación en 2010 por su interpretación en One for the road [+lee también:
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«¡En el nombre de Jesucristo, matad!» Arrancando en el clamor de la sangrienta guerra que opone a católicos y protestantes con la lucha por el trono de Francia de fondo, La princesa de Montpensier (adaptación de una novela corta de Madame de La Fayette) es la historia de Marie. Enamorada desde la infancia del fogoso Henri de Guise (Gaspard Ulliel), la joven debe casarse con el príncipe de Montpensier (un excepcional Grégoire Leprince-Ringuet). Tras una noche de bodas que casi en su totalidad transcurre en público, Marie se aísla en un castillo rural donde el Conde de Chabannes (Lambert Wilson) la instruye antes de encontrarse con el Duque de Anjou (la revelación de Raphaël Personnaz), futuro rey de Francia, y ser presentada en la Corte de París.

Desencadenando la pasión de los cuatro hombres (un marido gentil, celoso y ridiculizado; una antigua pasión de la cual no logra liberarse; un poderoso señor irónico y peligroso; un asceta con un sentido exacerbado del deber), la joven se convertirá en mujer adulta al filo de la libertad y el encierro, en un época que en el consejo que le da su madre en vísperas de su matrimonio no deseado define con precisión: «Cásate con él, es un bruto como cualquier otro… el amor es la cosa más incómoda del mundo.»

Rodada en cinemascope, con una puesta en escena muy fluída, movimientos de cámaras elegantes y espléndidos decorados, La princesa de Montpensier sortea todos los obstáculos de las reconstrucciones históricas. El lenguaje formal de los diálogos es sobrepasado por la lozanía de los intérpretes; la tensión que inducen las complicaciones de las intrigas amorosas mantiene el suspense; los duelos, cabalgatas y batallas brindan espectacularidad a una película perfecta en su estilo a la que, sin embargo, para obtener un aplauso unánime por parte de la prensa acreditada en Cannes, falta un toque de locura.

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(Traducción del francés)

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