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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Pagafantas

por 

- Su originalidad radica en la falta de complacencia: no se resuelve de forma amable, sino que profundiza en la humillación. Esa dureza la distingue de la comedia romántica al uso

Un guión centrado en un personaje que no cambia (porque Borja Cobeaga cree en el inmovilismo), un descenso a los infiernos a modo de exorcismo personal del director y unos secundarios que no sirven de contrapunto al protagonista, sino de patético espejo del mismo, convierten a Pagafantas [+lee también:
tráiler
entrevista: Borja Cobeaga
ficha de la película
]
en una más que agradable sorpresa. Porque Cobeaga se ha atrevido a dinamitar ciertos mandamientos de la Biblia del buen guionista para facturar su ópera prima, y esa osadía le ha llevado no sólo a recoger dos galardones en el 8 Festival de Cine Español de Málaga (Premios de la Crítica y al Mejor Primer Guión) sino que con Pagafantas renueva la comedia española y, sobre todo, arranca carcajadas al público sin descuidar nunca su inteligencia… aunque esas sonrisas puedan acabar convertidas en muecas.

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¿Por qué hay riesgo de congelación del gesto alegre viendo esta comedia aparentemente inofensiva? Sencillo: porque es muy fácil que el espectador, en algún momento del metraje, se identifique con el antihéroe protagonista, un personaje al que Cobeaja humilla sin piedad, pone en situaciones ridículas y lleva hasta el límite de lo patético, logrando así la carcajada del espectador. Igual que hace Ricky Gervais en sus fabulosas series Extras y The Office, y que le acerca asimismo a la comedia juvenil del momento: a la factoría de Judd Apatow, cineasta que también convierte lo cotidiano y tierno en patético y risible. Pero Cobeaga es aún más cruel –y menos conservador en su mensaje- y, mientras insufla un ritmo febril, casi de cartoon, a su película, deja entrever que se ha alimentado desde niño de screwball comedy del mejor Hollywood, recoge el testigo de la amargura de su admirado Alexander Payne y se adentra en el fantástico y hasta el terror con ocurrentes secuencias que rinden homenaje a El resplandor, Barton Fink y En los límites de la realidad.

Porque Chema (interpretado por Gorka Otxoa, actor habitual de programas humorísticos de la televisión), el antihéroe de esta hilarante vía crucis sentimental, es un treinteañero bilbaíno que cree ver en Claudia (Sabrina Garciarena), una guapa y sexy chica argentina, a la mujer de sus sueños, y, por gustarle, hará lo indecible: de lo más risible a lo más patético, mientras ella siempre le ve como el amigo perfecto, absolutamente nada atractivo sexualmente. Aún así, tanto la desea Chema que, contumazmente, irá entrando en una espiral de humillación de la que no podrá salir.

Cobeaga y su coguionista Diego San José han ido imaginando lo más cruel para castigar al protagonista, en una progresiva degradación que provoca vergüenza ajena a quien mira. Además, un falso documental educativo, con estética de los años ochenta y locución en ruso, explicando comportamientos animales y sus semejanzas con los humanos a la hora del apareamiento, aliña con más ironía aún esta arriesgada propuesta cinematográfica.

Ante semejante espectáculo, al espectador le quedan dos opciones: disfrutar de su descaro y mal rollo, o hundirse en sus propias frustraciones al sentirse identificado. Su sonrisa se congelará cuando se dé cuenta de que se está riendo de algo que, en el fondo, no debería tener ninguna gracia. En fin, que Cobeaga nos hace reír con asuntos muy serios: el mejor antídoto contra el bajón en estos tremendos tiempos de crisis.

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