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LOCARNO 2022 Competición

Valentina Maurel • Directora de Tengo sueños eléctricos

"Quería hacer una película que pudiera permitirse ser ambigua"

por 

- La joven directora costarricense afincada en Bélgica presenta su primer largometraje, retrato de una adolescente que entiende que la edad adulta no es el tiempo soñado

Valentina Maurel • Directora de Tengo sueños eléctricos

Hablamos con la joven directora costarricense afincada en Bélgica Valentina Maurel, que presenta en la Competición del 75º Festival de Locarno su primer largometraje, Tengo sueños eléctricos [+lee también:
crítica
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entrevista: Valentina Maurel
ficha de la película
]
, un retrato de una adolescente que comprende que la edad adulta no es necesariamente el tiempo soñado de libertad.

Cineuropa: ¿Cuál es el origen de este proyecto?
Valentina Maurel: Lo escribí como continuación de mis cortometrajes. En general, no elijo mis temas de manera racional. Sentí la necesidad de hablar de la relación con el padre, aunque tengo la impresión de que es un tema que se ha abordado mucho, desde Hamlet a Star Wars. Pero no había visto tantas películas que hablaran de la relación padre-hija, así que me permití hablar de eso.

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¿Quién es Eva, tu heroína?
Es una adolescente que descubre el mundo de los adultos, que tiene ganas de serlo, sobre todo con respecto a su padre, un hombre libre pero violento, y a sus amigos. Pero no es un coming-of-age, ya que la trayectoria de Eva no es la de una adolescente que se convierte en adulta, sino más bien la de una adolescente que descubre que no hay adultos a su alrededor. Al final, ella muestra más madurez y lucidez. Parece estar más preparada para la vida que los adultos que la rodean.

Pero no es un personaje inocente, ni la víctima de unos adultos malintencionados. Eva sabe lo que quiere, toma un poco de lo que está a punto de ocurrirle, aunque no tenga el control de las cosas. Pero es cierto que le falta perspectiva, vive todo en el presente, algo que le impide tomar cierta distancia para juzgar la relación de fuerzas que se ejercen sobre ella.

Cuéntanos algo sobre su padre, modelo y antimodelo a la vez.
Por supuesto, es un personaje complejo, pero yo quería hablar de un padre que intenta romper con las generaciones que lo han precedido. Él quería ser más liberal, más liberado también, vivir una cierta complicidad con su hija. Permitirse ser un adulto que se sigue buscando. Pero al mismo tiempo, a pesar de esa libertad y de sus ideales, alberga una violencia muy arcaica. Toda la complicidad con su hija también está inervada por esta violencia. Yo no quería hacer el retrato de un agresor unívoco. Es más interesante no mostrar la violencia en la comodidad de un juicio moral. Yo quería un tipo que pudiera parecerse a cualquiera de nosotros en algún momento, que sea entrañable, sin ser un personaje a quien vamos a perdonar obligatoriamente.

También le afecta la violencia que él mismo crea.
Yo quería hablar de la manera en que la violencia circula en las familias, sin por ello justificar al personaje. También es víctima de la violencia que lo invade. Para mí era importante mostrar también la violencia como un lenguaje íntimo, ya que eso forma parte de la manera en que los personajes se comunican entre ellos. 

El padre de Eva le lega en parte su violencia, pero también su gusto por la libertad, y la relación con el arte y la poesía.
Me inspiré un poco en el entorno en que crecí, que era bastante especial. Mis padres eran artistas y siempre me pareció paradójico que a veces fuesen capaces de ser tan sensibles y lúcidos con respecto a la realidad. Podían escribir textos de una lucidez aterradora sobre su condición, sobre la violencia, sobre el amor. Pero, aunque el espacio de la poesía era el lugar donde lograban ser lúcidos y acceder a una verdad, la vida continuaba siendo compleja y ambigua. Como si el momento presente impidiera toda posibilidad de análisis.

¿Cómo querías mostrar la adolescencia, una etapa que aparece con frecuencia en el cine?
Cuando me hablan de coming-of-age, me molesta un poco porque eso supone imaginar que la adolescencia es una etapa de la vida, delimitada por cosas un poco abstractas. Como si nos convirtiéramos en adultos a los 18 años, solo por motivos legales. Yo quería hablar de la adolescencia sin edificar una frontera con la edad adulta. Que esta adolescente se dé cuenta de que los adultos que la rodean también son adolescentes. Yo no quería una historia lineal de una adolescente que se convierte en adulta, sino más bien hablar de la adolescencia como el descubrimiento del hecho de que no hay un punto de llegada.

La adolescencia es experimentar el deseo de ser un adulto y, al mismo tiempo, darte cuenta de que eso, los adultos, no existen. Quizás nos volvemos seres más estables a nivel biológico, pero eso es todo. Yo creo que estamos más perdidos cuando somos adultos que en la adolescencia, donde tenemos un mejor acceso a la poesía, y quizás incluso a la lucidez.

¿Cuál era el desafío más grande y qué era lo que querías conseguir?
Quería intentar permanecer fiel a la realidad; estar en una película que se permite la ambigüedad, contar la realidad con la complejidad de analizar en el momento presente. Que no permite emitir un juicio simplista sobre los personajes. Y luego, como cineasta latina, quería contar una historia inscrita en una clase media urbana, que no responde al imaginario europeo de país tropical donde necesariamente hay historias sobre drogas en barrios empobrecidos, o de realismo mágico en la selva. Quería permitirme una complejidad y una conciencia; evitar el exotismo.

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(Traducción del francés)

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