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GÖTEBORG 2019

Eloy Domínguez Serén • Director de Hamada

“Siempre les preguntaba si les apetecía grabar y, en caso afirmativo, ellos decidían qué querían filmar”

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- Hablamos con Eloy Domínguez Serén, director de Hamada, que participa esta semana en la Competición de Documentales Nórdicos del Festival de Göteborg

Eloy Domínguez Serén • Director de Hamada

Eloy Domínguez Serén nació en Simes (Galicia). En 2012 se mudó a Suecia, donde filmó su primer corto. Tres años después dio el salto al largometraje con No Cow on the Ice [+lee también:
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, galardonada en los festivales de Toulouse, Filmadrid, Play-Doc, L’alternativa y Márgenes. Su nuevo documental Hamada [+lee también:
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, estrenado en el IDFA, ganó el premio a la mejor película española del Festival de Gijón y participa ahora en la Competición de Documentales Nórdicos del Festival de Göteborg.

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Cineuropa: ¿Cómo surge Hamada?
Eloy Domínguez Serén: El conflicto del Sáhara Occidental me interesa desde adolescente. Recuerdo que mi profesora de historia pasó el tema de puntillas, pero éste quedó clavado en mi memoria. La información que recibí en el instituto era sesgada y maquillada. Poco a poco me informé del origen, sus consecuencias, la responsabilidad española y la situación de los miles de personas desplazadas a campos de refugiados en Argelia. En 2014, cuando vivía en Suecia, me puse en contacto con la ONG CEAS, que me permitió visitar los campamentos. Trabajando de profesor voluntario durante dos meses, desarrollé una relación íntima y hermosa con mis vecinos y vecinas, basada en la confianza, el respeto y los intereses mutuos. He ido regresando hasta pasar un total de siete meses en los últimos cuatro años. 

¿Qué te impulsaba filmar un campo de refugiados en pleno desierto de Argelia?
Cuando llegué como profesor no tenía intención de filmar. Mi labor era ayudar a los chicos y chicas saharauis a filmar sus propias historias. Fue un trabajo muy gratificante porque muchos no habían tocado una cámara antes. Era maravilloso comprobar cómo desarrollaban su lenguaje cinematográfico, sin las convenciones audiovisuales que damos por hechas en el mundo occidental. Más adelante, comencé a filmar coches en mi tiempo libre. Sobre todo, los fines de semana que no tenía trabajo en la escuela y daba largos paseos con una pequeña cámara. Me cautivaban aquellos coches antiguos que ya no se ven en nuestras carreteras: los viejos Land Rovers y Mercedes. Algunas partes de los campamentos parecían museos de óxido y polvo al aire libre. Cuando regresé a Suecia, y vi las grabaciones de esos paseos, pensé que tenía una historia que contar. En mi siguiente viaje, traje una buena cámara y un equipo de sonido.

¿Por qué decidiste contar la historia de Sidahmed, Zaara y Taher?
Al igual que otros jóvenes del campamento de Boujdour, Sidahmed, Zaara y Taher estaban en mi escuela. Tardé en darme cuenta de su rol protagonista. El proyecto comenzó cual retrato de la comunidad saharaui a través de su relación con los coches. Era un retrato colectivo de una comunidad pequeña. Tengo muchas horas de imágenes espléndidas de otros vecinos saharauis que no forman parte del montaje final. Tanto la montadora Ana Pfaff como yo comprendimos que las personalidades, las energías, los temperamentos y los puntos de vista de Zaara, Sidahmed y Taher podrían proporcionar una perspectiva bastante representativa de esa generación de saharauis: cómo se enfrentan a su cotidianidad, frustrante e incierta, desde una vitalidad y un sentido del humor admirables. 

Hamada registra la cotidianidad de esa generación con momentos íntimos y cómicos. Son situaciones de difícil acceso para una cámara forastera. ¿Cómo conseguiste que se abrieran así?
Fue una cuestión de convivencia, respeto y confianza. Pasamos muchos meses juntos. La película es una pequeña parte de un proceso vital más amplio. Un día ayudábamos a un vecino en la reconstrucción de su casa, otro día improvisábamos chapuzas como electricistas o ayudábamos repartiendo medicinas... Éramos vecinos, compañeros de trabajo y confidentes. Esa confianza se refleja en Hamada de un modo u otro. 

Háblanos del rodaje. ¿Les filmabas a todas horas?
La dinámica era la misma. Cuando no teníamos obligaciones, siempre les preguntaba si les apetecía grabar y, en caso afirmativo, ellos decidían qué querían filmar. Proponían las situaciones e improvisaban los diálogos. Esta metodología de trabajo fue esencial al tipo de proyecto que quería hacer. Una vez más, se basaba en la confianza pasando tiempo juntos. Aunque, sinceramente, nunca estábamos grabando. Siempre había algo más urgente como reconstruir las casas derrumbadas durante las lluvias torrenciales. 

¿Cómo seleccionaste y descartaste las imágenes de entre tanto material filmado?
La parte más dolorosa del montaje fue la renuncia. Supongo que es habitual en todos los procesos, pero aún no me creo la cantidad de escenas maravillosas que han quedado fuera. Es, también, el gran problema de los documentales. Tenía mucho material valioso sobre la comunidad. Honestamente, creo que son algunos de los mejores planos que he filmado en mi corta carrera, por lo que no fue fácil aceptar que esas imágenes no verían la luz. Sin embargo, las decisiones finales se basaron en una premisa coherente: mantener aquellas escenas que tuviesen relación directa con las historias concretas de los tres protagonistas.

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