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CPH:DOX 2018

Karim Aïnouz • Director

"Quería recordar al espectador que estos refugiados no vienen a Europa porque les apetece"

por 

- Charlamos con el brasileño Karim Aïnouz, cuyo Central Airport THF se proyecta estos días en el festival de documentales de Copenhague CPH:DOX

Karim Aïnouz  • Director

Tras competir con sus largometrajes de ficción en Venecia, Berlín y Cannes, el brasileño de origen argelino Karim Aïnouz (Fortaleza, 1966) ha rodado el documental Central Airport THF [+lee también:
crítica
tráiler
entrevista: Karim Aïnouz
ficha de la película
]
. En él muestra un año en la vida de los habitantes del improvisado campo de refugiados situado en el aeropuerto berlinés, en pleno centro de la ciudad. El resultado de sus grabaciones se presentó en febrero en la Berlinale y se proyecta estos días en el festival de documentales de Copenhague CPH:DOX.

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Cineuropa: Uno de tus objetivos con el documental es mostrar al hombre árabe desde un ángulo positivo. ¿Por qué escogiste a Ibrahim, un sirio de 17 años, para dar cohesión al relato?
Karim Aïnouz: Quería que guiara la historia alguien que cumple el perfil de víctima clásica de discriminación. Mi padre es de Algeria y yo viví en mi adolescencia en Francia, donde hay un conflicto permanente con la emigración. Fue duro. Y tengo esos recuerdos de cómo trataban los periódicos franceses a los jóvenes árabes, como si todos fueran criminales o peligrosos. Me marcó especialmente que dijeran sobre la muerte de uno de ellos en Lyon que “había sido abatido”, cuando era solo un crío que robaba coches. Ha vuelto a pasar ahora. Las crónicas periodísticas que he leído sobre lo que pasa en el Mediterráneo parecen contar un relato de ciencia ficción, parece Mars Attacks.

El otro gran protagonista es un hombre muy distinto, Qutaiba, un iraquí de 35 años que tuvo que interrumpir su formación como médico para viajar a Europa.
Ibrahim está empezando su vida. Qutaiba me dio la oportunidad de mostrar a la otra parte, la de las personas que llegan ya con una vida hecha que se ha partido en dos. Tienen que reconstruir sus sueños y han dejado muchas cosas atrás. Es una forma de recordarle al espectador que estos refugiados no vienen a Europa porque les apetece y les parece un sitio genial. No es una elección.

¿Ha sido más complicado obtener los permisos de rodaje para esta película que para tus proyectos anteriores?
Fue mucho más complicado. Llegué a pensar que no lo conseguiría. Las autoridades alemanas no querían que se rodara allí dentro, lo cual es comprensible. Al principio se nos permitían muy pocas horas de grabaciones, pero poco a poco los responsables del lugar nos dieron más acceso y nunca supervisaron las imágenes. Entendieron que era importante que se documentara lo que estaba pasando. Pero, antes de eso, hubo un momento a mitad del proceso en que pensé en tirar la toalla por las dificultades burocráticas. Vivo en Alemania desde 2004 y he comprendido que la burocracia es uno de los deportes nacionales del país.

¿Y en cuanto a financiación?
El proyecto se concibió primero como una videoinstalación, así que un fondo público alemán cubría los gastos, porque éramos además un equipo pequeño de solo cuatro personas. Poco después de empezar a rodar, se sumó el canal de televisión ARTE y luego llegó Sundance. Todos tenían sus dudas, porque se han rodado muchas películas sobre refugiado los últimos años. La parte más complicada fue convencerlos de que era un relato diferente, que también hablaba de un lugar muy concreto y muy especial como es Tempelhof. Suele ser siempre complicado encontrar dinero para un documental, porque todo el mundo quiere apostar sobre seguro y es un género que nunca sabes dónde te va a llevar.

Ese aeropuerto fue utilizado por los nazis y luego evitó que millones de personas quedaran aisladas tras el bloqueo soviético en plena Guerra Fría. Hasta hace poco alojaba festivales de música y ferias de moda. De alguna forma, la historia del lugar también te sedujo.
Completamente, porque la película trata de reinventarse a uno mismo. Tanto Tempelhof como la ciudad de Berlín en general tiene esa energía que favorece el cambio y el reciclaje constante. Es un lugar que dotaba a la historia de cierta repica y también de cierta ironía. Sin duda la hay en el hecho de que un lugar que era símbolo para los nazis haya acabado alojando a refugiados.

¿Cómo fue para Ibrahim y Qutaiba presentar la película en la Berlinale, con toda la locura de la alfombra roja, las cámaras y el lujo?
Me preocupa un poco. Antes de ir al festival, les repetía una y otra vez que todo este asunto de la película era algo pasajero que acabaría muy pronto. Hablo con Ibrahim todas las semanas por teléfono para ver si puede continuar con sus estudios. Y he visto a Qutaiba la semana pasada. Me cuenta que su vida en Alemania ha vuelto a la normalidad. Tiene un trabajo que no le gusta, a la espera de encontrar la oportunidad de trabajar en un hospital, que es lo que desea. Lo bueno de la Berlinale es que pudimos contactar con personas que quizá les ayuden en sus proyectos. Soy optimista y creo que ambos van a poder lograr lo que desean. Además de emitirse en ARTE, la película se proyectará en mayo en los cines alemanes y mucha más gente podrá saber de su historia.

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