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Uberto Pasolini • Director

Una película discreta sobre el valor de la vida

por 

- Uberto Pasolini presentó a la prensa romana su conmovedora película Nunca es demasiado tarde con motivo de su estreno en los cines italianos.

Uberto Pasolini • Director

La ganadora del premio Orizzonti a la mejor dirección en la última Mostra de Venecia, Nunca es demasiado tarde [+lee también:
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(Still Life), es el segundo largometraje del cineasta italiano afincado en el Reino Unido Uberto Pasolini tras la aclamada Machan [+lee también:
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. La cinta tiene como protagonista a un funcionario provincial encargado de organizar las exequias de las personas fallecidas en soledad: un trabajo que desempeña con dedicación y compasión. El director, guionista y productor del film habló con la prensa en Roma con motivo de su estreno en los cines italianos.

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Cineuropa: ¿A qué se refiere el título de su película, Still Life?
Uberto Pasolini:
 Es un título que puede leerse de varias maneras. Significa "vida quieta", como la del protagonista, así como "todavía vida", el significado más importante para mí. En italiano, además, se puede traducir como "naturaleza muerta", pero mi película va sobre la vida, no sobre la muerte: es una película sobre el valor de la vida de la gente.

Por qué ha decidido contar la historia de este hombre cuyo oficio consiste en recuperar el rastro de los parientes de las personas que mueren en soledad?
Por una curiosidad de tipo social sobre el tema del aislamiento, que es cada vez más fuerte en la sociedad occidental. Casi ya no existe el sentido de la vecindad. Yo mismo, antes de hacer la película, no sabía quiénes eran mis vecinos de casa. Ahora los conozco a todos; en este sentido, Nunca es demasiado tarde, me ha cambiado la vida. No obstante, además de la investigación social, hay una cuestión personal. Me he divorciado hace poco y, después de haber vivido tantos años con mujer y tres hijas, hay noches en las que me veo llegando a una casa oscura en la que nadie me espera. De esta manera, me proyecté en la que debe de ser la vida de quien experimenta la soledad todos los días. La chispa visual del film fue la imagen de una sepultura solitaria, un ataúd sin nadie alrededor. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez cuántas personas vendrán al propio funeral?

¿Cómo se documentó sobre un oficio tan particular?
Todo empezó con una entrevista a un funeral officer de Westminster que leí en un periódico de Londres y decidí ponerme en contacto con él. El oficio existe desde siempre: en cada distrito de Londres hay, por lo menos, uno. Conocí, en total, a unos treinta; visité las casas de los difuntos y presencié funerales e incineraciones durante seis meses. Algunos viven su trabajo de manera burocrática, otros dedican más tiempo al recuerdo de estas personas fallecidas en soledad. El protagonista de mi película, John May, es una mezcla de dos o tres de ellos. Poca cosa es inventada: hasta las tarjetas y las fotografías que vemos en la cinta son auténticas.

Eddie Marsan es considerado uno de los mejores actores secundarios del Reino Unido. Este es su primer papel como protagonista en un largometraje. ¿Por qué lo escogió precisamente a él?
Porque es un actor capaz de transmitir muchísimo haciendo aparentemente muy poco. Lo conocí en el set de Mi Napoleón, que yo produje y en el que interpretaba al asistente del general. Con seis intervenciones en tres escenas fue capaz de caracterizar toda la complejidad de su personaje. Yo buscaba una película de tonos bajísimos, que me resultan más eficaces para capturar las emociones del espectador, y la maestría y la humanidad de Eddie han inyectado verdad a las acciones y los pequeños cambios que pautan la vida de su personaje.

Lo estática que es la vida del protagonista se refleja en la técnica de rodaje. ¿Cómo se desarrollaron ambas?
La cámara casi siempre es inmóvil: tenía que verse y percibirse el mundo desde el punto de vista del protagonista, de modo que siempre rodamos partiendo de él. Sólo cuando conoce a Kelly, la hija del difunto, adoptamos la perspectiva de otro personaje. John no es consciente de los límites que tiene su vida, experimenta una piedad profunda por el prójimo pero no por sí mismo. Después, a medida que avanza la narración, su existencia adquiere color: de los grises, azules y marrones de la primera parte pasamos, poco a poco, a otras tonalidades. John descubre, pasito a pasito, los sabores de la vida: la película, en parte, constituye un recorrido de apertura de los sentidos.

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(Traducción del italiano)

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