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Álex de la Iglesia • Director

"Todos somos payasos"

por 

- En el madrileño Teatro-Circo Price tuvo lugar la presentación del nuevo film de Alex de la Iglesia, Balada triste de trompeta, una película violenta, excesiva y visceral

Esta gran producción del cine español que, con la inversión publicitaria, ha alcanzado unos ocho millones de euros (“En el festival de Toronto un periodista me dijo que no se creía que hubiera costado sólo 20 millones de euros, que había costado más. Pero es que todo el mundo se ha dejado el alma en este trabajo, algunos restándole horas al sueño”, afirma el director) y se rodó durante nueve semanas entre Madrid y Levante, se estrena en España con 300 copias y distribuida por Warner.

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es la historia de dos payasos, uno triste y el otro tonto, pues no hay otra posibilidad en la vida: o se es triste o se es tonto. Ambos se enamoran locamente de la trapecista y ese amor les lleva a una lucha mortal que termina en tragedia, porque sus sentimientos están condicionados por un pasado que les genera un sentimiento de culpa, empujándoles hacia la ira y conduciéndoles hacia la perdición. Yo me siento así: todos tenemos un pasado terrible que nos ha marcado y no es culpa nuestra, pero lo llevamos escrito en nuestros genes. Hay que sobrevivir al recuerdo; para superarlo hay que sacar todos los juguetes a la mesa y, por estropeados que estén, jugar con ellos para exorcizar los monstruos. Una vez que nos hemos divertido, tenemos que pensar por qué nos asustaban tanto. Esa es la historia de Balada triste….

¿Te traumaron los payasos cuando eras pequeño?
Los payasos son un símbolo de la condición humana. Todos somos payasos: nos disfrazamos para sobrevivir, ocultando miserias y miedos. Intentamos también ser siempre agradables, de una manera obsesiva: ésa es nuestra manera de sobrevivir. Hay una violencia soterrada continua, en el día a día, en la mirada de los vecinos, en los telediarios, en los periódicos… que nos obliga a disfrazarnos. Porque nos da miedo dialogar, no está bien visto llegar a un acuerdo, reconocer que uno se equivoca. Por eso nos disfrazamos. Y sí, de niño me llevaban a sitios siniestros a ver el circo, donde olía a animal y descubrías que Spiderman era un pobre señor que se disfrazaba: allí diferencié por primera vez la realidad de la ficción, pero aún así intentaba disfrutar.

¿Cuándo descubriste que España era un circo?
En este país vivimos con una intensidad histriónica. Además, no hay ejemplos de sensatez. Con el tiempo reconocemos el talento de la gente, pero necesitamos que esté muerto o sea de fuera. Cuando Buñuel se va a México, empezamos a reconocerle. Y eso nos pasa no sólo en la cultura, sino también en el pensamiento o la ciencia.

¿Has cambiado de estilo con esta película, menos estilizado y más salvaje, casi documental?
El estilo responde a la historia: cada una pide un tratamiento, y ésta exige hacerlo tan crudo, por eso el circo aparece tan hundido y rodeado de una ciudad en escombros. Eso lo hace más verosímil. La situación en la que se encuentran los personajes no es verosímil: es histriónica y demencial, no estamos acostumbrados a una ficción así. Por eso hay que rodarla de una manera más cercana, casi documental.

¿Pero era necesaria tanta violencia para mostrar esos sentimientos extremos?
La mentira, la hipocresía, la falacia y todo lo repugnante de la vida nacen de la negación de la violencia. Ése es el origen de la violencia, no la violencia en sí misma. La violencia forma parte del comportamiento humano, desgraciadamente. Todos tenemos la violencia en nuestro cerebro y el liberarla y exorcizarla, el contarla, es el comienzo de la solución del problema.

¿Entonces esta película ha sido para ti como poner los juguetes sobre la mesa?
Si, por supuesto, lo bueno del cine es como hacer un Belén: jugar con figuras de barro y que aquello funcione. Que los muertos y problemas que llevas dentro surjan, se ordenen, se limpien, se clasifiquen y regresen al lugar donde deben volver: así se liberan

Como Presidente de la Academia del Cine, ¿cómo ves el cine español en 2011?
Como lo veo todo, como mi propia vida: muy difícil, con situaciones insalvables, pero con ilusión y alegría.

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