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D'A 2024

Crítica: Reír, cantar, tal vez llorar

por 

- El director catalán Marc Ferrer vuelve con una atrevida y emocionante comedia melodramática queer

Crítica: Reír, cantar, tal vez llorar
Toñi Vargas en Reír, cantar, tal vez llorar

“Pues tengo que deciros que, lo que comentabas antes del DNI, yo cuando lo tramité hará unos ocho años, recuerdo bien que me pusieron muchísimos problemas. Tuve que tener una paciencia increíble e incluso cuando estuve en la administración de los juzgados la persona que me atendió me llegó a solicitar el documento de la operación de vaginoplastia. Y en aquel momento yo me quedé: Dios, señora, me parece que usted no sabe muy bien de qué va todo esto. Le he traído un informe psicológico, que realmente no lo necesitan, porque estoy más cuerda que usted”. Así comienza Reír, cantar, tal vez llorar, la nueva película con la que Marc Ferrer vuelve un año más al D’A Film Festival de Barcelona, un cruce entre comedia, melodrama y musical con guiños a Fassbinder, Almodóvar y Kaurismäki.

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Una mujer trans (Toñi Vargas) y un inmigrante sin papeles (Lahcen Ouchad) se enamoran en el barrio barcelonés de Poble Sec. En medio del idilio, pasan los días: buscar trabajo, pagar el alquiler, fiestas, bailes, vecinos y vecinas cotillas y con bastante mala leche, problemas que solucionar, los ratos con las amigas, otros amantes; la vida, con sus cosas gratas y duras, ilusionantes y desoladas. Por su argumento, la última película de Marc Ferrer podría ser otra variación del clásico “chico conoce a chica”, una comedia romántica queer y proletaria inspirada en esos clásicos del cine underground o a contracorriente (o del que en su día lo fue), pero como suele suceder en el cine del director catalán, la película también va mucho más allá de lo esperado. Sin ocultar sus referencias, con atrevimiento e imaginación, Ferrer construye un universo propio, una película con personalidad, contada con sencillez y emoción, llena de magia, melancolía y belleza.

El amor, el desamor, el deseo, la amargura, la soledad, la pobreza, la esperanza, gente que busca algo, algo mejor, algo a lo que aferrarse, algo que contar. Todo eso está muy presente en esta película sobre personajes a la deriva en una ciudad que los expulsa. Marc Ferrer sabe ver lo extraordinario de lo ordinario, lo que sucede cuando parece no suceder nada, y, en ese espacio de sombra que es el día a día, contar lo que hay detrás de sus personajes, sus encuentros y desencuentros, sus tristezas y alegrías, retratar el alma de una época y un lugar. Con ello, una de las mejores cosas de la película es la dignidad, la delicadeza y el sentido del humor con el que el director logra contar a esos personajes, la humanidad, la ironía y la gracia desde la que narra sus historias de vida, sus miserias e ilusiones, dejándonos imágenes y frases para el recuerdo, como ese hilarante diálogo que la abre o cuando cierta policía dice aquello de “Yo soy de la policía, pero no torturo ni nada” o “Oye, me voy, que estoy leyendo a Proust y cada día son treinta páginas o sin esto no lo acabo”.

“Hay amores que lo son toda una vida. Yo no sé si lo nuestro durará. Aunque no tenga razón al quererte…”. Atravesada por ese leitmotiv musical que le da título, escrito por el propio Ferrer e interpretado por Adrià Arbona, Reír, cantar, tal vez llorar logra ser lo que pretende, una divertida parodia, sin moralismos ni pretensiones edificantes, de lo mejor y lo peor de nosotros mismos, del clasismo, el racismo y la transfobia, de los embates del amor y el desamor, de una ciudad en los márgenes. Una película tan hilarante como hermosa capaz de emocionarnos desde el humor y la ternura.

Reír, cantar, tal vez llorar es una producción de Películas Inmundas.

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